Apuestas deportivas, prohibiciones y el fin del juego limpio

David Gravel
Escrito por David Gravel
Traducido por Milagros Codo

Antes, los fanáticos gritaban desde la tribuna por la pasión que les provocaba el juego, ahora, gritan porque en el mundo de las apuestas deportivas, alguien apostó unos cientos de dólares a que una mujer se caiga bajo la lluvia.

Bienvenidos al 2025, una era en la que el acoso a los atletas en las apuestas deportivas no es solo un efecto secundario: es la atracción principal. El ego, los derechos y la importancia personal han convertido al humilde apostador en un autoproclamado protagonista del juego. ¿El caso en cuestión? El autodenominado acosador de atletas que interrumpió a la deportista olímpica Gabby Thomas en el Grand Slam Track Philadelphia 2025, presumió de sus acciones en X y, rápidamente, fue expulsado por FanDuel. Un autogol digital de proporciones casi poéticas.

En algún momento, apostar dejó de ser una emoción pasajera y se convirtió en una fantasía Los apostadores no solo quieren ganar, quieren ser vistos como los que hacen posible que suceda. Haz una apuesta, grita un comentario o publica un clip. Es una trágica obra con un solo actor, en la que el atleta interpreta al villano y el apostante al héroe, excepto que el héroe tiene wifi, no tiene filtro y no tiene un teléfono lleno de delirios. Los psicólogos lo llaman “ilusión de control”: la creencia de que tus acciones, como hacer una apuesta o gritar desde las gradas, pueden influir en un resultado que en realidad es aleatorio.

El apostador, el fanfarrón y la prohibición

Con el nombre de usuario @mr100kaday, nuestro antihéroe en la pista se filmó a sí mismo humillando a Thomas antes de una carrera de 100 metros en Filadelfia.

“Eres una fracasada, Gabby. ¡Te vas a caer!”, gritó, con toda la originalidad de una hoja de apuestas empapada. Luego, como un verdadero estudioso de la deportividad, publicó el vídeo en Internet con el siguiente mensaje:

“Hice perder a Gabby gritándole cosas y gané mi apuesta combinada”.

Apostó por Melissa Jefferson-Wooden para ganar y, cuando lo hizo, se llevó casi 1.700 $ (1.565 €) de una apuesta de 1.000 $ (920 €). También sumó una ganancia de 827 $ (760 €) en una apuesta combinada de cuatro. No obstante, en lugar de pasar desapercibido y disfrutar del dinero, dobló su apuesta y presumió su hazaña para posicionarse como el equivalente deportivo de un villano de Bond con un teléfono barato y una aplicación de apuestas. Y así, FanDuel hizo lo que las autoridades reguladoras y la seguridad privada de los estadios no suelen hacer: lo expulsaron.

FanDuel muestra carácter

Hay que reconocer que FanDuel no por la ambigüedad en relaciones públicas. Nada de medias tintas ni “estamos monitoreando la situación”. Fueron muy directos:

“FanDuel condena enérgicamente cualquier comportamiento abusivo dirigido a los atletas. Amenazar o acosar a los atletas es inaceptable y no tiene cabida en el deporte. Este cliente ya no puede apostar con FanDuel”.

Y esa es la línea que necesitamos desde hace años. No solo de los operadores, sino de todos los que tienen una participación en el juego, porque durante demasiado tiempo, la cultura de las apuestas ha permitido una nueva generación de espectadores. No es un aficionado ni un estudiante de deportes, sino un titiritero de sillón egoísta que piensa que apostar dinero por un resultado le da derecho a formar parte de la actuación.

Esto va más allá del caso de Gabby

No se trata solo de que una persona le grite estupideces a una atleta olímpica, sino que es parte de un patrón creciente y profundamente tóxico de acoso a los atletas en las apuestas deportivas.

El lanzador de los Red Sox, Liam Hendriks, habló recientemente sobre el “deplorable” abuso diario por parte de apostadores enojados. Su compañero, Jarren Duran, fue abucheado por sus problemas de salud mental en el pasado. En Houston, un apostador amenazó de muerte a la familia de Lance McCullers Jr porque había perdido un partido. En un estudio que la Asociación Nacional de Atletismo Universitario (NCAA) publicó en 2024 se determinó que el 12 % del acoso en redes sociales contra atletas universitarios proviene directamente de jugadores molestos, y ciertos eventos, como March Madness, registran índices aún más altos. El March Madness representó el 73 % del abuso relacionado con las apuestas deportivas. No es casualidad, es un sistema. Signify AI registró un aumento de casi el 200 % en el acoso contra atletas durante eventos de alto perfil. De manera alarmante, uno de cada cinco mensajes hacía referencia a las apuestas.

Esto no es broma, es un arma cargada.

Solíamos hablar de los “partidos arreglados” como un caso de corrupción y clandestinidad. ¿Pero esto? Esto ocurre con total libertad, es el sabotaje desde el público, una evolución extraña en la que los fanáticos se convierten tanto en partes interesadas como en saboteadores. Lo que antes ocurría en trastiendas llenas de humo ahora se desarrolla en público, bajo los focos del estadio, se transmite en 4K y luego lo comparten, voluntariamente, los propios hostigadores.

Ovaciones, burlas y prohibiciones

Lo que le ocurrió a Gabby Thomas es indignante, pero no es algo sin precedentes. Los atletas llevan décadas sufriendo las consecuencias de la sensación de privilegio de ser espectadores. A veces es verbal, otras, digital. En ocasiones, ya es violencia.

Lo hemos visto todo:

  • La patada de kung fu de Eric Cantona en 1995 surgió de los insultos racistas desde la tribuna. El fanático se pasó de la raya y Cantona le dejó los botines marcados. El jugador recibió una suspensión de nueve meses, pero el hostigador salió libre.
  • Joe Root, al mejor bateador de Yorkshire y el más grande de la historia de Inglaterra en Test, le hicieron bromas sobre su vida personal. Cargó con las esperanzas de bateo de Inglaterra más veces de lo debido, haciéndolo con gracia, agallas y una técnica impecable. Cuando los fanáticos del equipo contrario le lanzan veneno a un hombre así, no son bromas; es odio disfrazado de chistes entre tragos.
  • Monica Seles fue apuñalada por la espalda en la cancha por un fanático perturbado que no veía con buenos ojos su victoria: “No solo me apuñaló por la espalda. Me apuñaló el alma”. El agresor salió libre.
  • Serena Williams ha lidiado con hostigadores que aparecen en torneos con propuestas de matrimonio y cosas peores. Algunos atletas consiguen trofeos, otros obtienen órdenes de restricción.
  • Naomi Osaka, una de las voces más elocuentes del deporte, recibió una multa y amenazas de suspensión por proteger su salud mental. No jugar fue castigado más que cualquier hostigamiento.
  • Beth Mead y Leah Williamson ayudaron a impulsar el fútbol inglés a nuevas alturas. ¿La recompensa? Un aluvión de obscenidades misóginas en la bandeja de entrada.

Estados Unidos y los países angloparlantes no son los únicos responsables de este problema. En todo el mundo, los organismos deportivos se enfrentan a la misma combinación tóxica de apuestas, privilegios y abuso. En Europa, el Convenio Macolin del Consejo de Europa se ha consolidado como un acuerdo histórico para detener, detectar y sancionar la manipulación de las competiciones deportivas, particularmente aquellos influenciados por apuestas ilegales. El alcance global del problema exige más que la prohibición de plataformas. Requiere una estrategia compartida transfronterizamente.

El acoso a deportistas en las apuestas deportivas se vuelve viral

Lo que hace que este caso sea tan absurdo no es solo el acto, es la necesidad de que te vean haciéndolo. Esta persona no solo cruzó la línea; la prendió fuego y bailó sobre ella para la cámara. Y al hacerlo, expuso una nueva podredumbre en el panorama de las apuestas deportivas: el rendimiento de las apuestas.

Porque ahora no se trata solo de ganar. Se trata de que te vean ganar. Capturas de pantalla. Vueltas triunfales. Charla basura. Es la lógica de los influencers aplicada a las apuestas, y crea resultados tan sombríos como extraños. Esto refleja la cultura de los influencers, donde compartir y conseguir “me gusta” y patrocinios se vuelve tan importante como el resultado en sí, lo que lleva a los apostadores a buscar validación mediante la exhibición pública de sus apuestas e interacciones.

Esta es la parte que los reguladores no han abordado. La dimensión de las redes sociales. El rendimiento del poder. La lenta transición de la “participación de los aficionados” a la sensación de derecho. Y cuando esa sensación de derecho se extiende a la pista, al banquillo, a un campo o a una cancha, deja de ser deporte y empieza a ser algo completamente distinto.

Cuando los apostadores se emborrachan con el poder, ¿quién interviene?

FanDuel hizo lo correcto, pero aún no terminó y el resto de la industria tampoco. Necesitamos políticas que corrijan la conducta más claras, acciones más rápidas, datos compartidos con las ligas. Tal vez, incluso, un “código de conducta del apostador” con autoridad real, porque ahora mismo es demasiado fácil insultar, ganar una apuesta, publicarla en línea y aun así aparecer a la semana siguiente como si nada.

Ese código podría comenzar con consecuencias a nivel de cuenta: el abuso verbal a los atletas conlleva una suspensión inmediata. ¿Presumir públicamente que interferiste con los resultados? Requiere de una revisión inmediata. Los reincidentes pierden el acceso a los mercados de apuestas deportivas en vivo o son vetados directamente. Los operadores ya monitorean los patrones de apuestas. También deberían monitorear los patrones de comportamiento, esto no solo es un castigo, es una medida ejemplificadora.

¿Pero qué pasa con las plataformas en las que se presumen estas actitudes? ¿Dónde está la responsabilidad de X cuando un autoproclamado “acosador de atletas” sube imágenes de él abucheando a una atleta olímpica para sus miles de seguidores?

¿Dónde está el límite de Meta cuando el abuso inunda los mensajes directos de Instagram o los comentarios bajo la foto de un partido de fútbol femenino? Acaparan los clics, fingen que es culpa del algoritmo y se muestran sorprendidos cuando el veneno se desborda. Es un teatro sin acomodadores.

¿Quién vigila realmente a los espectadores?

Plataformas como X y Meta deben ir más allá de las páginas vacías de políticas e implementar sistemas de moderación proactivos para abordar estas preocupaciones. Esto implica marcar automáticamente el abuso dirigido a cuentas de atletas verificadas, reducir la visibilidad del contenido que presume de interferir con eventos deportivos e integrar marcos para compartir prohibiciones con otras plataformas. Una prohibición por abuso en una plataforma debería impedir que se alcance en otra.

Si las casas de apuestas finalmente se están dando cuenta de la amenaza que representan los apostadores abusivos para la seguridad e integridad de los atletas, las plataformas sociales deben hacer lo mismo. Cuando alguien presume de su “influencia” en una carrera y recibe más interacción que el ganador, es evidente que el ecosistema sigue recompensando el rendimiento incorrecto.

¿Y qué hay de las sedes? Grand Slam Track dijo que está investigando y que “implementará medidas de seguridad adicionales”. Bien, pero esperemos que no sean solo unos cuantos voluntarios más con chalecos amarillos y walkie talkies. Una vez que los apostadores creen que pueden influir en los resultados con su voz o teléfono, es solo cuestión de tiempo antes de que alguien vaya más allá.

Este comportamiento se aprovecha de las grietas entre políticas que nunca se cumplen, florece en el silencio entre el pitido final y el primer comentario. Cada sector culpa al siguiente: la casa de apuestas observa la tendencia, la plataforma observa las métricas y la federación emite un comunicado. Nadie actúa con la suficiente rapidez hasta que el propio sistema se convierte en un arma.

Hay que redirigir el fanatismo antes de que se pierda la carrera

El fanatismo no necesita arreglarse, sino reorientarse. Los fanáticos deben elevar el deporte, no presionarlo. Los apostadores pueden participar sin sentirse con derecho a hacer lo que quieran, y la industria puede recompensar el respeto, no la indignación. Imaginemos un mundo donde ganar una apuesta se siente bien, pero presenciar la grandeza en acción es aún mejor. Ni en los gritos ni en las luces: el futuro está en el silencio que aún te pone la piel de gallina.

Las apuestas deportivas no son un ingreso extra

Para finalizar, analicemos la realidad: el hecho de que alguien haya apostado dinero al resultado no significa que esa persona sea parte del espectáculo. Los deportistas no son personajes de fantasía en las ligas imaginarias, no nos deben nada, no son acciones que suben o bajan según nuestras emociones.

El deporte se trata de esfuerzos, de perder, de ganar por derecha, de esforzarse y aun así no llegar a los resultados. Se trata del momento, no del margen. Y las apuestas deportivas, cuando se hacen con responsabilidad, se mueven a la par, no por encima de ellas.

¿Pero qué sucede cuando los apostadores creen que pueden inclinar la balanza gritando insultos desde las tribunas más baratas? Eso no es apostar, es hostigar. Si ese es el futuro de los fanáticos, entonces la carrera no solo está perdida, está manipulada.

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